Recuerdo
cuando te saludaban diciéndote “¡Hola! ¿Cómo estás. Cómo está tu gente?
Exclamaban la sorpresa de verte y preguntaban
por las personas que conformaban tu entorno. Había una preocupación por saber
de ti.
Hoy
día: ¡Hola, pero que bien se te ve, que flaco que estás! ¿Has adelgazado unos
kilos no?
Exclaman
de la competitividad de la imagen. El culto al cuerpo y a lo superfluo.
Preguntan para saber cómo, en un acto competitivo.
Vivimos
la era del culto a la imagen, un helenismo retardado (cosa muy típica de las
culturas occidentales que viven en los “neo” permanentes pero disfrazados de
modernidad). Hoy solo preocupa estar
flaco, acorde a las tallas convencionales de listados hechos por verdaderos psicópatas
depredadores de la individualidad. Una mezcla de lo helénico y lo romano
imperial con la autoflagelación cristiana. El fin de semana me drogo y
emborracho al son de los banquetes, el sexo y el despilfarro, haciendo exhibición
de mi imagen perfecta adorada por todos. Los días de semana me flagelo por
haber pecado, me privo de comer, me excedo en ejercicios, proteínas sintéticas y cafeínas… debo estar
impecable para el próximo exceso.
¡Mejor
me voy a ver el diccionario a buscar el significado de la palabra evolución!
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